Soy Sofi, cuando terminé el colegio, conseguí mi primer trabajo de vendedora en una florería, eso ya hace casi un año. Estaba feliz porque me gustan las flores, hacer tarjetitas a mano. Mi misión es atender a los clientes, anotar los pedidos y salir en moto para hacer las entregas. Todo iba bien, hasta que conocí a un cliente en especial.
Era un hombre de cuarenta y algo, muy correcto al hablar, siempre amable. Llamaba casi todas las semanas. Su pedido siempre era el mismo: rosas rojas y una tarjeta romántica. Las primeras veces las tarjetas iban dedicadas a una mujer llamada Claudia. En las tarjetas solía escribir frases como “Gracias por estar” o “Para mi amor”. Todo normal.
Un viernes me pidió que hiciera dos entregas. Una para Claudia, como siempre, y otra para una tal Mónica. Me llamó la atención porque las flores eran iguales, solo cambiaba el nombre. En la tarjeta de Mónica escribió: “No puedo esperar para verte este fin de semana”. Ya me era todo raro ya.
Tres pedidos
La siguiente semana, el mismo hombre hizo tres pedidos: para Claudia, para Mónica y para una nueva mujer en esta histora, Andrea. Las tres con rosas rojas, las tres con mensajes de amor. Empecé a sentirme incómoda con eso.
En una de esas, teníamos muchos pedidos y faltaban manos y me tocó ir a hacer la entrega a mí a Claudia, vive luego cerca del trabajo. Me dijo que su esposo era el hombre más romántico del mundo, que nunca se olvidaba de enviarle flores. Ahí se me revolvió el estómago porque me sentía cómplice. Me callé nomás y le sonreí.
Esa misma tarde, el hombre volvió a llamar para pedir más arreglos. Yo lo atendí como si nada, pero por dentro ya le tenía una rabia de aquellos. El dueño medio que pilló y me dijo después de que se fue que debo ser muy atenta con él porque ese tipo es cliente fiel desde hace dos años y no podemos meternos en sus cosas. Me dejó claro que su vida privada es su vida.
Unos días después llegó la esposa, Claudia, pidió flores para su suegra y aprovechó para preguntarme si no hay pedido para ella. Me quedé helada y le dije nomás que no puedo dar información de otros clientes y se rió y dijo que entiende.
A la semana siguiente renuncié, porque no aguantaba más sentirme cómplice Ahora estoy sin trabajo y viendo qué hacer. Pero mientras tanto pienso en que esa mujer debe saber la verdad. ¿Será lo correcto contarle?
La respuesta: