Soy Ignacio. Tengo 45 años. Hace apenas dos meses, mi esposa y yo dejamos de vivir bajo el mismo techo.
Dos meses que para mí se sienten como años. Ella no deja de estar en mis pensamientos, siempre. Siento que la extraño cada día más.
La gente piensa que la separación ocurre por culpa de terceros, por cuernos y esas cosas, mentiras o engaños, pero no, no fue eso lo que nos destruyó.
Nos jodió la rutina, la monotonía que se fue colando como un veneno silencioso en nuestra vida diaria.
La misma casa, las mismas conversaciones, los problemas económicos. Su incapacidad de comprender mis salidas con amigos, y mi incapacidad de comprender sus ganas de que esté más presente.
Nos herimos mucho. No hablo solo de los días en que perdíamos el control hasta de nosotros, sino de las pequeñas ofensas que se quedaron marcadas en nuestros corazones.
Palabras que dijimos sin pensar, actitudes que asumíamos solo por capricho. Me arrepiento de tantas cosas que dije y hice, y sé que ella también.
Creo que ambos cargamos con culpa, pero lo peor es sentir que esas culpas rompieron algo que antes parecía irrompible: nuestra confianza, nuestra cercanía.
Empezamos a competir, entre quién estaba más cansado, quién trabajaba más, quién metía más plata en la casa.
Si a ella le dolía el hombro, a mi el hombro, los brazos y la cabeza. Si yo tuve un mal día, ella tuvo tres veces peor que yo. Era así.
Salud mental
Decidimos dejarnos por salud mental y por sanar el corazoncito, por cuidar a nuestro hijo de 10 años. Pero nunca dejamos de amarnos, yo le digo siempre.
Cada mañana despierto, en cómo acercarme sin que volvamos a fracasar. Quiero volver a construirnos, pero no es tan simple.
Algo se rompió entre nosotros y no se puede pegar como si fuera un pegamento y ya. No basta con decir “te extraño” o “lo siento”.
Sé que no puedo prometer que todo será perfecto, ni que los fantasmas del pasado desaparecerán, pero sí puedo prometerle que no voy a dejar de luchar por nosotros, que quiero sanar juntos, aprender de lo que nos lastimó y volver a encontrar la alegría de mirarnos, reírnos y sentirnos seguros en el abrazo del otro ¿Qué me aconseja?
La respuesta