Soy Gustavo, tengo 35 años. Siento que mi matrimonio se está apagando, y yo no sé cómo rescatarlo. En lo más profundo de mi corazón estoy seguro de que todavía amo a mi señora, que ella es la mujer con la que quiero llegar de viejo, pero ya no tenemos esa química que antes nos unía.
Es como si el amor siguiera vivo, pero las palabras entre nosotros se hubieran muerto.
Al principio hablábamos de todo. Podíamos pasar horas conversando, riéndonos de cualquier tontería, soñando con el futuro, planeando viajes, pensando en la casa, los hijos, todo.
Yo me sentía acompañado de verdad, sentía que ella era mi mejor amiga y que nunca iba a faltar tema de conversación entre los dos.
Sin embargo, con el tiempo, ese hilo se fue cortando. Hoy en día, llegamos a la casa y cada uno se encierra en su propio mundo. Ella con su celular, yo con el mío, y lo único que compartimos es el silencio.
No hay palabras
A veces salimos a sentarnos frente a la casa, como solíamos hacerlo antes, pero ya no hay palabras. Nos quedamos mirando para cualquier lado y la sensación es incómoda, y cuando intento hablar es como muy forzado parece, más de parte de ella. Siento que no tiene ganas de hablar conmigo.
Sé que en parte es consecuencia de los pleitos que tuvimos. En medio de las discusiones, nos dijimos cosas muy hirientes en varias ocasiones.
Yo intento hacer como si nada, pero me doy cuenta de que ella me guarda resentimiento. Es como una pared invisible que está entre nosotros, aunque vivamos bajo el mismo techo.
A veces la miro y me invade una tristeza enorme, porque todavía siento amor, todavía quiero luchar por nosotros, pero ya no encuentro la forma de acercarme, cuando trato de iniciar una charle es muy cortante.
Cuando busco un gesto de cariño, noto que se ataja todo, se pone dura conmigo. Y yo me pregunto si ya no siente nada o si, igual que yo, está herida y cansada de remar. Tenemos tantos problemas económicos, nos desvivimos para sobrevivir realmente.
Extraño tanto esos tiempos en los que hablábamos hasta quedarnos dormidos, en los que nos reíamos por cualquier cosa, en los que la conexión era tan fuerte que no hacía falta pensar en qué decir, porque todo fluía.
Al psicólogo le dijo que yo no quiero rendirme. Sé que la amo, sé que la necesito en mi vida, pero no sé cómo volver a empezar. ¿Cómo se hace para reconstruir la confianza cuando hay tantas heridas?
La respuesta: