Soy Ánika. Tengo 35 años. Hace un mes que traje a vivir conmigo y con mi pareja a una amiga que estaba pasando muy mal.
La pobre fue echada de su casa por su propia familia, se quedó en la calle, con sus cosas en bolsas y sin saber a dónde ir. Yo no podía mirar para otro lado, porque ella siempre me acompañó en los momentos duros de mi vida.
Así es que le abrí las puertas de mi casa. Ella trabaja, no es que está sin hacer nada. Pero su sueldo apenas le alcanza para comer y pagar algunas cuentas porque tiene muchas deudas.
Alquiler imposible todavía. Entonces le dije que venga a quedarse en mi casa hasta que se pueda acomodar.
Yo sentí que estaba haciendo lo correcto, porque sé lo difícil que es no tener a dónde ir.
El problema es que mi pareja ya no está nada contento con la situación. Al principio no dijo nada, aguantó.
Cómodo
Pero ahora me repite todos los días que ya no se siente cómodo. Que ya no tenemos privacidad, que ya no podemos ni discutir tranquilos, que él siente que la casa dejó de ser de nosotros.
Y yo le entiendo, porque también noto el cambio. Antes teníamos nuestros momentos, nuestras charlas íntimas, hasta nuestras peleas eran solo entre nosotros.
Ahora con mi amiga ahí, todo se escucha, todo se ve. Él me dice: “Ya no podemos ni estar tranquilos en el sillón, ni dormir abrazados porque siempre hay otra persona en la casa”.
Yo le respondí que es temporal, que cuando mi amiga junte un poco más de plata se va a ir.
Pero él no tiene paciencia, insiste que le pida que se vaya ya. Eso me duele, porque siento que me pone entre la espada y la pared: elegir entre mi pareja o mi amiga.
Yo quiero a mi pareja, lo amo, pero tampoco puedo dejar en la calle a alguien que confió en mí, que está saliendo adelante con tanto esfuerzo.
Él dice que por qué ella no se va a la casa de un pariente, o que busque un alquiler barato compartido. Pero no es tan fácil. Yo sé que está remando sola, y si le doy la espalda ahora, capaz se hunde.
¿Qué piensa de todo esto?
La respuesta:
