03 dic. 2025

“Dejé a mi esposo por violento y mi familia me dio la espalda”

Mariel contó que le quisieron culpar a ella por todo lo que había sucedido.

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Ilustración

Soy Mariel. La verdad que escribo estas líneas con el corazón destrozado. Él lo hizo trizas, pero mi familia terminó de rematar.

Me casé joven, a los 22, (ahora tengo 33 años) con el hombre que toda mi familia adoraba. Para ellos era el yerno perfecto: educado, trabajador, y no salía de misa, se involucraba en todas las actividades de la iglesia.

Para mí, con el tiempo, se volvió un infierno, pero solo yo veía eso. Nadie presenciaba los gritos, los empujones, las noches en que revisaba mi celular, buscando cualquier excusa para maltratarme.

Yo aguanté once años creyendo que eso era lo normal, que así era el matrimonio, pero un día mi hija mayor, con solo nueve años, me miró y me preguntó: “Mamá, ¿por qué papá siempre te grita y vos nunca le gritás?”. Ahí me cayó la ficha. Abrí los ojos y entendí que yo estaba enseñando a mis hijas que el maltrato era parte de la vida. Y eso me dolió más que cualquier insulto.

Pero lo que realmente me quebró fue mi propia familia. Cuando intenté abrirme con mi mamá, me respondió: “Todos los matrimonios tienen problemas”.

Exagerada

Mi hermana decía que yo exageraba. Hasta que un martes él me agarró del brazo tan fuerte que me dejó moretones. Esa vez fue que decidí irme de la casa. Decidí que todo terminaba, por mis hijas.

Él se burló de mí, me decía que mi familia iba a salir de su lado de vuelta. Y tenía razón.

Así tal cual dijo fue. Me fui igual. Agarré lo que pude, cosas mías y de mis hijas, y nos fuimos a la casa de una amiga, mientras encontrábamos un lugar propio para vivir.

Le llamé a mi mamá y me dijo que no puedo destruir mi familia por un “capricho”. “Ese hombre te dio todo” y encima me quiso exigir que vuelva a la casa, sin que nadie sepa lo que pasó.

Mi hermana, que todavía vive con mamá, me trató de malagradecida. Nadie preguntó cómo estoy, si no me lastimó más allá de esos moretones.

Ahí me di cuenta que lo único que les importaba conmigo era mantener la “buena imagen de la familia”.

Hoy me siento sola, pasaron semanas de eso y mi familia está enojada conmigo, cortamos lazos, yo tampoco les voy a suplicar amor, cuando ni siquiera les importo.

Mis hijas ven que estoy más tranquila, más feliz y me dicen eso. Lo bueno es que yo también trabajo, y trabajo bien, mi amiga las cuida mientras, porque antes se quedaban con mi mamá ¿Cómo recuperarme de este puñal que me dio mi familia? Eso es lo que más me duele.

La respuesta:

Mariel, lo que viviste fue violencia, y tu decisión de salir de ese entorno fue un acto profundamente valiente y protector, especialmente para tus hijas y para vos misma. Es muy común que quienes han normalizado el maltrato desde lo cultural o familiar minimicen lo sucedido y repitan frases como “todos tienen problemas”, pero eso no justifica gritos, golpes ni control. Reconocer el abuso y poner un límite, aún cuando nadie te cree o te apoya, demuestra una enorme fortaleza personal. Tus hijas ya perciben un cambio positivo y eso confirma que elegiste el camino saludable, aunque hoy duela.El dolor más profundo suele venir no solo por la ruptura de la pareja, sino por la traición emocional de quienes esperábamos que nos cuidaran. Esa herida necesita tiempo y acompañamiento terapéutico para sanar, y no se repara intentando convencer a quienes no quieren ver la realidad. Hoy tu red afectiva está en quienes sí te sostienen: tus hijas, tu amiga, y tu propio trabajo y autonomía. Recuperarte significa permitirte sentir la tristeza y al mismo tiempo seguir construyendo una vida en paz, lejos del daño. Con el tiempo, vas a reconstruir una nueva familia desde el respeto y el amor genuino, incluso si no es con los vínculos de sangre. Y cuando te preguntes si hiciste bien, mirá a tus hijas: ellas son tu respuesta.

Psicólogo, sexólogo, especialista en parejas.