Cuando uno es chico siempre sabe que en algún momento te va a tocar dejar la casa familiar y emprender tu camino. No hay un guión que te diga cuándo esto va a ocurrir, ni cómo va a ser la vida lejos de mamá y papá. Lejos de los abuelos. Todo lo que te espera de ahí en adelante es una caja de sorpresas, y algunas de ellas no son tan agradables. Somos la suma de cada una de nuestras decisiones. Las buenas y de las no tan buenas. Quién me diría, años atrás, que terminaría en un país del que nunca escuché su nombre y ahora estoy profundamente enamorado. Enamorado’ite.
Desafíos encontré muchos
Regularizar el estatus migratorio el primero. La lista de documentos que te piden es enorme y para uno que cayó del cielo en el medio del corazón de sudamérica sin conocer dirección alguna... es terrible. Todos en direcciones y horarios de atención diferentes. Nunca fui de esos que se sientan a esperar. Visité tantas veces a identificaciones que se sabían de memoria mi apellido. Está afuera nuevamente ese señor cubano “Travieso”, he’i. Yo no conocía aún lo que era el “vai vai”, “ni la hora paraguaya”.
Luego viene la segunda parte. Encontrar “trabajo”. Porque algo genial que tiene Paraguay es que el que quiere verdaderamente trabajar, consigue trabajo. Yo estaba dispuesto y preparado para lo que viniera. Comenzé de mozo en un conocido bar cerca de avenida España y Senador Long. Más que por el salario, las buenas propinas eran las que me mantenían. Hacía rosas de papel y le regalaba a las chicas que venían con su novio. Me ponía detrás de ellas y cuando el chico se percataba, sacaba de su cabello una hermosa rosa. Yo en ese segundo desaparecía. La chica miraba para todos lados y no entendía cómo lo había hecho.
La cara de enamorada de la muchacha no se podía disimular. Su chico era un mago en potencia y ella no sabía. Le hacía la noche al man. Hasta que me di cuenta que los hombres acá son mas tacaños que las mujeres y busqué la manera de que ellas supieran que quien hacía las rosas, era yo. Me paraba lejos y me ponía armar una. Donde ella me viera y él no. Así aseguraba. Si él no me dejaba, la chica le decía, la propina del chico. Algunos show le hacían, porque su pareja le respondía que no. En un mes todos hacían rosas en el local.
Luego creé unos candelabros con botellas, cera y papel. Mis mesas eran puro romanticismo. Hasta que nuevamente todo el local se llenó de candelabros y un día vino la municipalidad en medio de una fiesta. Entonces ahí se acabó todo. Mi creatividad sufrió lo que fue su primer golpe. En ese justo momento y por primera vez, conocí el “así no más”.