Por el momento no hay comidas en grupo ni festejos de cumpleaños en los hospitales donde atienden los casos de COVID-19.
Estar cerca de la familia y compartir con los compañeros es lo que más se extraña en estos tiempos, dice la enfermera Mirian Oporto, del Hospital Integrado de Ciudad del Este. La pandemia cambió radicalmente su rutina.
“Según nuestro protocolo, si uno entra a la mañana ya tiene que desayunar antes, pero anteriormente teníamos 20 minutos para el desayuno. Una vez que vos entrás con el paciente ya no podés salir más.”, cuenta la licenciada.
En su lugar de trabajo armaron un circuito que divide el área de contacto directo con internados y las “zonas limpias”.
Los que están en este último sector les acercan a sus compañeros insumos que hagan falta, porque los demás no pueden recorrer el edificio. Son también los que les guardan los celulares, envueltos en papel film para no tocarlos directamente, y contestan las llamadas.
“Si es urgente de la casa, la compañera tiene que hacer todo el circuito, bañarse y después atender”, relata. Ahí una enfermera tiene seis personas a su cargo y aparte de sus tareas habituales, ahora también dan de comer a los que no pueden por sí mismos; les llevan agua, les asean y, si hace falta, les cambian los pañales. Son cosas que antes hacían los familiares o cuidadores, que ahora no pueden estar ahí.
“Hoy en día, todo el personal de salud tiene una piecita en su casa y se aísla”. Mirian Oporto.
El licenciado Lucas Zeballos, jefe de urgencias y coordinador del hospital de contingencia del Ineram, dijo que desde que aparecieron los primeros casos en marzo, cambió rotundamente el comportamiento de los profesionales.
“A la patología le tenemos mucho respeto, y miedo en el sentido de llevar eso a casa. No importa que a mí me agarre, el problema es llevar eso a casa”, expresó.
Ellos no eliminaron el tiempo de desayuno, pero lo hacen separados en grupos muy pequeños, divididos por sexo. Lo que más cuesta es no demostrar el afecto entre compañeros cada vez que sea una fecha festiva. “Es muy difícil cambiar esa dinámica en Paraguay, nos gusta abrazarnos, festejar, sacarnos fotos”.
Los profesionales que tienen contacto directo con los pacientes usan las batas especiales entre 4 y 6 horas. Ya no pueden comer, tomar agua o ir al baño cuando quieren, deben esperar.
Faltan más refuerzos
“En las salas de COVID-19 se incrementó la demanda de las enfermeras en cuanto al tiempo”, dice Mirna Gallardo, presidenta de la Asociación Paraguaya de Enfermería.
Si antes los internados dependían entre 30% y 40% de ellas, ahora es en un 70% u 80%. Y los que están en UTI, en un 100%. “Implica reforzar los servicios de enfermerías con auxiliares y técnicos de enfermería”, indicó.
Sin familiares
Albergue para diez: uno por cada paciente
En el INERAM, solamente el área de terapia intensiva tiene un albergue para 10 personas, una por cada paciente, explicó el director médico Luis Carlos Báez. En otros casos, los parientes deben buscar dónde quedarse.
Los internados pueden tener su celular para videollamadas con su familia. “Solo ese objetivo debe tener, no puede ser para cuestiones sociales, porque algunas informaciones alteran a los pacientes. Las salas de internación para COVID-19 tienen cámaras”, detalló Báez.
Soporte espiritual: Funcionarios rezan en las capillas
Tanto el Instituto de Enfermedades Respiratorias y del Medioambiente “Juan Max Boettner” como el Hospital Integrado del Ministerio y el IPS tienen su capillita. La del Ineram está cerrada porque el sacerdote es de avanzada edad, contó el director médico Luis Báez, pero igual rezan todos los días en el patio, con unas religiosas enfermeras que trabajan ahí. En Ciudad del Este los funcionarios sí pueden rezar en la capilla, atendida por un pa’i.