Soy Analía, lo que voy a contar me da asco, rabia y vergüenza. Estoy destruida por dentro, porque nunca me imaginé que el hombre con el que duermo hace más de diez años resultaría ser lo que descubrí.
Tengo 35 años, estoy casada desde los 23 con un tipo que quien lo viera no se imaginaría lo que realmente es. Parece bien macho: grandote, habla fuerte, futbolero, fanático del asado con los muchachos. Siempre fue buen proveedor, buen padre de nuestros dos hijos (uno de 10 y otro de 9), y en la cama nunca tuve quejas.
Hasta que un día vi lo que no tenía que ver. Todo empezó hace unos meses, cuando noté que escondía mucho el celular.
Se iba al baño con el teléfono, salía a “comprar hielo” y tardaba una hora. Una noche se quedó dormido con el teléfono sin bloquear, y ahí vi el mensaje: un tal “Fabián” le decía “Churro, te espero otra vez, esta vez traé el gel vos”.
Casi me morí cuando leía eso. No quise creer. Pensé que era una broma. Pero le seguí. Una tarde dijo que iba al gimnasio, y yo lo seguí en el auto de mi hermana. Lo vi con mis propios ojos entrando a un motel con otro tipo.
Escándalo
Me temblaron las piernas, me bajó la presión, pero no entré a hacer escándalo porque imaginate que mis hijos después me vean salir en la tapa del Diario EXTRA o que con el titular “Encontró a su ména en pleno ya tú sabes con ¡OTRO!” o “Pilló que a su marido le gusta la banana”.
Fija iba a ser un escándalo nacional, eso se iba a saber sí o sí. Esa noche no le dije nada. Me quedé helada. Y desde entonces, lo descubrí todo. Tiene perfiles falsos en redes, busca hombres, algunos incluso les paga para acostarse con ellos. ¡Y yo acá, haciendo todo por esta familia!
Me siento traicionada, sucia, como si hubiera vivido con un desconocido. Me imagino todo lo que habrá hecho con esos hombres y me dan náuseas.
Y encima tiene la cara de seguir actuando como si nada. Pero no sé qué hacer. No quiero divorciarme porque todo está a mi nombre: la casa es mía, el auto lo compré yo con mi herencia, y hasta los ahorros son fruto de mi trabajo.
Nos casamos por bienes mancomunados, y si me separo, le tengo que dar la mitad. ¡Encima eso!
Siento que si me divorcio, él va a salir ganando. Y si me quedo, vivo con una mentira. No sé si callar y fingir. Lo único que sé es que no puedo más con esta doble vida. Me siento atrapada. ¿Qué hago? ¿Cómo se sigue después de algo así?
La respuesta: