Soy Sofía, tengo 40 años. Cuando me casé con mi esposo, hace ya 14 años, tenía 26 años y él 28, yo estaba segura de algo: no quería hijos. Él tampoco. Eso fue lo que nos unió en ese momento.
Teníamos buena vida, buen trabajo, plata para viajar, libertad para hacer y deshacer. Yo soy arquitecta, él ingeniero, y siempre dijimos que nuestros únicos “hijos” eran los perros. Y así vivimos felices… hasta que todo cambió.
El problema empezó el día que nació el hijo de su hermano. Desde ese momento, mi marido se transformó. Primero hacía comentarios como de que se veía bien de papá, después visitas constantes a su sobrino, lo trata como si fuera su hijo. Volvía emocionado, contándome cada movimiento del bebé. Y un día, sin dar muchas vueltas me dijo: “Creo que nos estamos perdiendo algo”. Yo le recordé nuestro acuerdo. Él dijo que la gente cambia, y que él cambió de opinión. Tajantemente le respondí que yo no.
Ahí comenzó nuestra guerra silenciosa. En las reuniones familiares ya no me defendía cuando preguntaban “¿Y los hijos para cuándo?”. Dejamos de viajar, dejó de hablarme, dejó de buscarme. Dormíamos juntos, pero vivíamos separados. Yo sentía que él me culpaba por arruinarle el sueño de ser padre.
Discusión
Una noche, en plena discusión, me lanzó la frase que me partió en dos: “Renuncié a ser papá por vos… y no sé si valió la pena” Ahí se me cayó el mundo. Y, para colmo, empecé a preguntarme si yo también estaba perdiendo algo. Nunca en mi vida me imaginé siendo mamá, pero de repente esa idea me empezaba a sonar fuerte en la cabeza.
Ocho meses atrás le dije que estaba lista, que podíamos intentarlo. Pero él ya estaba frío conmigo, me dijo que ya es tarde, que ya no siente nada por mí, yo le supliqué y le pedí una oportunidad. Entonces nos reconciliamos e intentamos, sin éxito.
Ovario
Fui al ginecólogo, donde me dijeron que desarrollé una condición del ovario que a mis 40 años hace que sea muy difícil que yo me embarace. Me metí en tratamientos de fertilidad, gasté lo que no tenía. Dos intentos, dos fracasos. Y mi marido ni preguntaba cómo iba todo, es como que se rindió.
Hace tres meses me dijo que quería el divorcio, que ya no sentía nada. Hoy amanecí sola en la casa que construimos juntos. Él se fue. Yo me negué al divorcio, pero decidió irse. Me quedé sin esposo, sin hijos y sola, sin saber qué rumbo tomar. Mi marido era mi todo. Por más de que compartíamos menos ya, al menos verlo en la casa me tranquilizaba ¿Qué me aconseja?
La respuesta