Parecían días normales, todo corría muy tranquilo. El ciclo mañanero de las informaciones marcaba la agenda política con prioridad. Eran los alumnos del Cristo Rey quienes con una sentata nos sorprendían exigiendo mayor calidad educativa. Se fueron organizando y en pocos días el grito de mejor educación ya estaba en todos los noticieros y era comentario en colegios y escuelas de todo el país.
Empezaba a nacer desde los “carasucia” lo que quizá terminó siendo la demostración apartidaria y más genuina de una nueva generación. No los movilizó un cacique, los movilizó una causa y la fuerza de una clara convicción: la educación como un derecho universal. Me resulta imposible negar que si hay algo que me motiva es la sociedad demostrando que sin prebendas es capaz de tomar las calles y reclamar un mejor presente y futuro para todos.
“Estamos intentando formar un mejor futuro trabajando en un mejor presente. Esta es la clase práctica de ética que debíamos tener hace tiempo, esto es ciudadanía” decía uno de los jóvenes al recordar las carencias con las que hoy se forman en las escuelas y colegios y al cuestionar a las autoridades del MEC que hablaban de horas de clase perdidas con un día de marcha.
Latinoamérica en general está demostrando en su gente cada vez más intolerancia a la corrupción. Me decía hace un par de semanas el economista, político y periodista Moisés Naim que 10 países de la región estaban tomando las calles y Paraguay no estaba entre ellos. Fueron chicos de secundaria los que nos dieron la lección y a quienes en estas líneas quiero decir sencillamente gracias por haberse jugado por el futuro de todos.
Estos días sirvieron para pasar a la sociedad en general y a la juventud en particular por un cedazo. La selección natural de la que hablaba Darwin tuvo su prueba en la última semana. Mientras algunos de manera miserable se aferraban al zoquete, defendiendo lo indefendible, otros pateaban el tablero al grito de educación sin corrupción.
Con esta juventud, sin dudas hay una esperanza