Nada tendríamos que envidiar al primer mundo si nos propusiéramos a cambiar las viejas costumbres y a derribar paradigmas. En estos días estuve hablando en Cardinal con el intendente de la ciudad de Atyrá y confirmé que para hacer bien las cosas todos deben involucrarse.
Atyrá, la misma que atrapa con su naturaleza y su cautivante paz apenas girando para entrar a la ciudad sigue siendo la más limpia de Paraguay, la tercera en Latinoamérica y una de las 10 más limpias del mundo.
Uno imagina toda una estructura volcada a la tarea de limpieza en el municipio y una gran inversión que permita mantener ese status, pero no es así.
Con casi 16 mil habitantes y 160 km² el municipio tiene solo a tres personas encargadas de la limpieza que son apoyadas por 4 operadores de desmalezadoras. Increíble.
Me decía su intendente que el legado de don Feliciano Martínez, quien mucho había trabajado para lograr este nivel de limpieza fue inculcar a todos que la ciudad más limpia era aquella que no se ensuciaba, no la que más invertía recursos para la limpieza.
Si bien cuentan con un juzgado de faltas, no recuerdan haber sancionado a alguien por quemar basura o tirarla a la calle. No corre aquello de “el paraguayo solo aprende cuando se le toca el bolsillo”.
Decía el intendente que quienes alguna vez ensuciaron la ciudad lo hicieron por ser foráneos que desconocían el espíritu del lugar en el que estaban. Fueron advertidos una vez y nunca más reincidieron.
Hoy la ciudad está libre de pintatas con propaganda electoral, a diferencia de cualquier otra en la que abuda ese paisaje de tan común violación al código electoral por parte de los candidatos.
Todo es cuestión de conciencia. Atyrá nos desafía a tomar el ejemplo de un país que se construye desde el lugar que a cada uno le toca. Los atyreños nos invitan a darnos cuenta que una sociedad alejada de los viejos paradigmas de “así nomás luego somos los paraguayo” es posible. Tomar el ejemplo depende de nosotros.