Estamos acostumbrados a creer que tenemos la vida comprada, o que somos seres ilimitados y que la muerte solo es para algunos.
Grave error.
Vivimos una vida creyendo que somos seres inmortales posponiendo cosas tan básicas y sencillas como pasar tiempo con un ser querido, dedicarse tiempo a uno mismo, callar cosas que nos gustaría decir a los demás, pero no lo hacemos por temor o por dejar para después.
Después. Después. Todo después, pero ¿será que existirá un después en el más allá para que podamos realizar todo aquello que pospusimos?
Dejamos esas llamadas para después, esos abrazos para después. Dejamos momentos únicos, “luego lo hago, algún día cambiaré” y así vamos sumando una listas de después. Pero después esa llamada ya no es contestada, esos abrazos ya no son deseados, esos momentos ya no importan y, si no lo hiciste, qué más da y si no cambiaste te cambiaron.
Luego lo que era prioridad ya no lo es, los hijos crecen, el encanto desaparece. Dejamos para después, el tiempo pasa y no perdona y en algunos casos no hay segundas oportunidades. Luego ya nos lamentamos tarde porque todo se acaba, todo tiene un fin y uno de ellos es la vida.