“Debajo de esa piel arrugada, está el mejor tesoro que tienes: un vencedor del tiempo”, decía un spot radial. Las personas que han sobrepasado los 60 años de edad son un templo de la vida, del conocimiento y la experiencia.
La edad no es una barrera para estudiar. Más aún si existen centros de formación, que el Estado solventa, y que le son gratuitos al interesado. En una de mis coberturas periodísticas conocí y entrevisté a Doña Juana, en Lambaré. Tiene 68 años y 27 nietos. Como muchas personas de su edad es pobre y arrastra algunas enfermedades.
Me llamó la atención su presencia en la biblioteca del colegio donde va. En principio imaginé que estaba ayudando a terminar la tarea de algún niño. Sentada frente a algunos libros, me acerqué a preguntarle y me aseguró que va por el último año del bachillerato.
Recordó que es la mayor en su grupo de compañeros y que incluso conoce a personas de más edad que ella y que también estudian en un centro establecido por el MEC.
Doña Juana estudia de noche los días martes, jueves y viernes. Pero algunas mañanas o tardes se adelanta a completar su lección. Durante la conversación me dijo que no conforme, su siguiente desafío es pisar la universidad para estudiar la carrera de derecho.
Sobre este tema recurrí a la directora de Educación Permanente del MEC, María Inés Flecha. La funcionaria recordó que en nuestro país un promedio de cien mil personas adultas, entre ellas Doña Juana, fueron matriculadas en uno de los programas formales de Alfabetización para Jóvenes y Adultos en 1.600 instituciones educativas habilitadas en todo el país.
Muchas veces en la misma comunidad están las oportunidades para salir adelante, pero algunos las ignoran esperando que caiga maná del cielo. Doña Juana estudia en su barrio. Implicó sacrificio, menos horas de sueño, pero en compensación amplió su conocimiento y está a punto de culminar una etapa escolar.
Con esta mujer y otras miles de personas, el mito de ese imaginario social que relaciona “vejez” con capacidades nulas, queda derrumbado.