A veces en contra de la ley otras corriendo en paralelo, existen en muchas actividades legales e ilegales que mantienen ciertas reglas a las que llamamos códigos. Pasa en Tacumbú, donde pueden convivir ladrones, asesinos seriales, inocentes, sin mayores inconvenientes que los propios roces o mafias que general el encierro general o al menos cohabitan la cárcel sin reproches por sus pasados, sin embargo, en el peor lugar de la sociedad, en lo que sería hasta la escenificación del fracaso de la convivencia humana, sabemos por casos concretos que ciertos ilícitos no tienen perdón, y estos, según los valores carcelarios, merecen duros castigos.
Pasa con los violadores, con los asesinos de mujeres en ciertos contextos, con los estupradores, con quienes abusan en cualquier sentido de niños o niñas. Los castigos son horribles y no merecen ninguna aprobación, pero forman parte de ese mundo. Las celebradas novelas y películas sobre las mafias también nos han ilustrado sobre los códigos. “El hombre no debe abandonar a su familia” dice el capo a un inferior en la agrupación delictiva que intenta dejar el hogar por un romance afuera del nido, después de haber ordenado cientos de crueles asesinatos. También los futbolistas, por citar un ejemplo dentro de la ley, tienen códigos propios y difícilmente se accederá al contenido de discusiones que se pudieron generar en un partido.
En el otro extremo, deberíamos poner a quienes no manifiestan ninguna fidelidad a reglas, más allá de las que puedan ser de su conveniencia. Es la sensación que dejan las desprolijidades, malversaciones y robos que surgen de la aplicación del dinero de Fonacide en las escuelas y colegios del país.
Más allá de los ajustes o no que precise la ley, robar el futuro de los niños es un delito que solo pueden cometer quienes están parados en el último escalón de la sinvergüencería y para ellos no debería existir la más mínima contemplación desde las instituciones ya que tienen códigos, van a expoliar a quién sea, hasta a los más indefensos.
No existe casi ningún ejemplo moderno de países con revoluciones económicas, sociales que no hayan apostado a la educación y los gobernadores e intendentes que se llevan, malversan o dilapidan la plata destinada a mejorar el sistema educativo son, junto a quienes sostienen la impunidad al formar parte de la debilidad institucional, grandes responsables de la mediocridad educativa desde la cual difícilmente se podrá construir un país distinto, mejor, inclusivo y desarrollado. Para ellos, ninguna sanción violenta en Tacumbú, pero sí esperamos les caiga el tan mentado “peso de la Ley”. Por nuestra parte, por el lado ciudadano, en breve tendremos la posibilidad de sacarlos de nuestras vidas cívicas con el poder democrático del voto.
No tengamos memoria corta.