
La serenata en Paraguay data desde antes de la colonización y adquiere ribetes propios, producto del mestizaje y la influencia de la cultura española. Al principio, esta costumbre fue restringida en la época del gobierno del doctor Francia y estaba supeditada a las bandas musicales estatales o militares.
En esa época mermaron las serenatas por temor a represalias. Luego esta práctica se trasladó al ámbito religioso y comenzó a desarrollarse con las festividades de santos patronos. En algunos lugares hasta ahora persiste esta tradición de llevar serenata a las imágenes religiosas como parte de la devoción.
En épocas pasadas recientes, con el romanticismo, la serenata pasó a ser una técnica de conquista. Luego de las dos guerras sufridas por el Paraguay, los paraguayos empezaron a utilizar las serenatas para demostrar el sentimiento hacia las damas y conquistar su amor.
Mediante la interpretación de las baladas, bajo la noche estrellada o bajo una tupida enramada de jazmín, hacía emerger la figura de la mujer paraguaya en las ventanas o en los pasillos quebrantando el sueño con las canciones más románticas.
Pero en el Paraguay actual, las serenatas dejaron atrás su espíritu de romanticismo a tal punto de adoptar elementos extraños, pero adaptado a nuestra idiosincracia. Ahora se usa esta práctica de antaño para escrachar a políticos o repudiar la corrupción.
Que lo diga Horacio Cartes que ayer temprano, antes de asistir a la inauguración de la Expo Frutilla y visitar a jóvenes que se congregaron en Piribebuy en un campamento para conmemorar la Batalla del 12 de Agosto, recibió la serenata con la canción nada romántica que denominaron “Depierta vende patria”.
Lo que es el tiempo, como dirían algunos incrédulos, hasta estas costumbres que servían para conquistar a la amada hoy se le da otro uso, para escraches. Los que ocupan cargos públicos y que osan abusar de la ciudadanía ya saben, en cualquier madrugada pueden recibir serenatas.