El teléfono de Gabriela sonó. Era su papá. La estaba buscando desesperadamente. Ese día la estudiante de la carrera de Bioquímica se ausentó de las clases para ir junto con un grupo de compañeros a una manifestación. Cerraron la Ruta Mariscal Estigarribia, frente al campus de San Lorenzo, para protestar contra un recorte presupuestario de la Universidad Nacional de Asunción.
No era la primera vez. Antes, también en compañía de decenas de sus compañeros se plantaron en una sentata frente al Rectorado, denunciando irregularidades en la gestión. Los estudiantes de la UNA tienen una larga historia de reclamar sus derechos. Conocen muy bien el fuego de los neumáticos y la represión de los antimotines.
Pero hoy están callados, silenciados, quizá. Solo se leen tibios comunicados en Facebook.
El rector de la UNA, Froilán Peralta, cobra más de 50 millones de guaraníes al mes y parte de ese salario corresponde a rubros docentes que dejó de ejercer hace mucho tiempo, pero sigue cobrando. Froilán además hace un festín familiar con los rubros que deberían ser para profesores de la carrera de Veterinaria.
Uno de los casos es el de su sobrina, Tatiana Cogliolo, una profesora parvularia que desde los 21 años se desempeñaba como su secretaria y encima percibía 12 millones de guaraníes por figurar como profesora de la Facultad de Veterinaria. En condiciones similares fueron descubiertos la mamá de la chica, un mozo, amigos y otros familiares.
Pero los estudiantes no muestran ni un indicio de indignación. Es como si se les hubiese cosido la boca. Froilán está tranquilo, sabe que la época florida de los centros de estudiantes universitarios es parte del pasado. El rector reparte con su familia lo que debería destinarse a la universidad, mientras en muchas facultades se pasan carencias: faltan libros, laboratorios equipados, sillas, mejoras edilicias, capacitación docente. Los estudiantes son parte de este problema.
Una reacción tibia no aporta. Hay que despertarse.