La próxima llegada del papa Francisco a nuestro país despertó una religiosidad sin precedentes. No hay lugar donde no se hable de la trascendental visita. No es para menos. Según la tradición es el sucesor de Pedro. Algo así como el representante de Dios en la Tierra. Es también, uno de los líderes más influyentes del planeta.
Francisco es un revolucionario que intenta llevar a la Iglesia dentro del contexto de una nueva era. Intercede en conflictos internacionales aliviando el dolor y el sufrimiento de millones de personas. Le puso pecho a una Iglesia devastada por casos de abusos y corrupción, pidió perdón y ordenó la creación de un tribunal para juzgar por el delito de “abuso de poder” a los obispos que encubrieron a curas pederastas.
Habla con otras religiones y predica como lo hacía Jesús, pero con las herramientas que la tecnología pone en sus manos. Tiene pensamientos inclusivos y no los calla. Asegura que la gracia de Dios es para todos. Es un abanderado de la lucha contra la pobreza. Condena la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte.
Los pobres, dice, son los hijos más queridos de Dios. Aquí el Gobierno no los quiere: 710.000 paraguayos viven en condiciones paupérrimas. Más de 1.500.000 personas viven en la indigencia. La desigualdad de los ingresos es una de las principales causas de la pobreza en el país.
Vamos a recibirlo con calles lindas y millonarias deudas. La verdad, es que según el ranking de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, la infraestructura de Paraguay se encuentra entre las peores del mundo. Ocupamos la posición 133 entre 144 países analizados. Tampoco los niños son la prioridad. En pleno siglo XXI, uno o dos niños mueren al año por desnutrición. Y en el raking de educación ocupamos el puesto 138 de 148 países analizados.
Esa es la realidad. El Papa lo sabe, pero nuestros gobernantes no. Ellos aseguraron un lugar de preferencia en los actos centrales. Desde allí escucharán lo que Francisco les tenga que decir. Ocultarán su vergüenza y la disfrazarán de misericordia… en épocas en que todo es santo, santo sea el santo maquillaje.