
Todo era alegría en casa de la pequeña Paz Valentina en las primeras horas de aquel 25 de diciembre del 2012. La pequeña de 3 años compartía con sus seres queridos la llegada de la Navidad. Cuando estaba jugando con su perro, la niña cayó al piso: había recibido el impacto de una bala perdida. Desde aquella vez, las navidades ya no son las mismas en el seno de la familia.
Un taxista que lleva por nombre Jorge Prisco Ledesma no encontró mejor manera de festejar las festividades que efectuando disparos al aire. Al tipo solo le dieron 5 años de cárcel al ser hallado culpable por homicidio culposo. “Ni si era condena perpetua iban a devolverme a mi hija”, había dicho tras el fallo Liz Vera, mamá de la criatura.
De que las armas las carga el diablo, no cabe duda. Solo por obra del mal uno puede explicarse que pasen estas cosas. Una acción irresponsable y criminal acabó con la vida de quien era (y sigue siendo) la luz de la casa.
Se aproximan las fiestas de fin de año y de nuevo se pide cordura a las personas que poseen armas. Hasta parece irónico que se apele a la conciencia de gente que, ya sea para festejar la victoria de su equipo o porque está en pedo, toma su revólver y jala del gatillo apuntando al cielo.
¿Acaso no saben que los proyectiles vuelven a caer y pueden matar a alguien? Eso fue lo que pasó con Paz Valentina. El agravante es que muchos ni siquiera cuentan con el permiso legal para portar armas.
La cruzada que la propia Liz viene promoviendo desde hace un tiempo es “#NavidadSinBalas”. Yo le agregaría la palabra “carajo”. Mucho se criticó estos días al director del Hospital del Trauma, Aníbal Filártiga, por el arbolito del “Usá casco, carajo” que mandó instalar en la parte frontal del centro médico, pero algo hay que hacer para hacer entrar en razón a tanta gente inconsciente.
Ojalá que no haya otro inocente a quien llorar a raíz de balas perdidas, no solo ahora en tiempos de festejos findeañeros, sino en cualquier época. Ya tú sabes.