Mi hija y yo tenemos un pequeño juego cada vez que abordamos un micro. Antes de subir a uno, le gusta juntar un par de hojas secas. Dice que son para pagarle al chofer. Las hojas serían como los billetes. Ah, pero faltan las monedas. En este caso, recurre a unas piedritas. Cuando subimos, ella primero le pasa “su” pasaje al conductor y luego hago lo propio. Claro, los billetes y monedas que presento están certificados por el BCP, no así los de mi pequeña.
Los conductores suelen tomar con gracia la inocentada, da gusto ver cómo mi nena les quita una sonrisa con su singular ocurrencia. Sin embargo, no todas las veces fue así. Hace unos días, abordamos una unidad de la Línea 12. El ritual no pudo cumplirse porque el chofer no entendió la broma.
Mi hija le pasó su importe y la cara del prójimo parecía la de un velorio. Sin siquiera amagar una mueca, ignoró las hojas y piedritas de mi compañera de viaje. Claro, no esperé mucho para quedarme con el “pago” y pasarle al hombre los G. 2.300. Intenté meterme en la cabeza del tipo para tratar de entender lo amargo que se portó.
La rutina de conducir todos los días el mismo trayecto, soportar malhumoradas de pasajeros y automovilistas, la presión de cumplir una buena faena en guaraníes, smog, tráfico, maltratos, calor, insultos...
Lógicamente no ha de ser agradable soportar todo eso a diario. Sin embargo, se trata de su trabajo. Con eso lleva el pan diario a su casa y se paga la cerveza. El mal servicio es uno de los principales problemas en cualquier negocio. Cuesta ser gentiles y poner buena onda al atender a los clientes.
Ya perdí la cuenta de las veces que recibí una pésima atención, sea en el supermercado, un comedor o una heladería. Son pocas las personas que sienten pasión por lo que hacen. No tiene nada que ver el oficio. Mi papá es zapatero y es un apasionado de su trabajo.
Al bisabuelo de Aurora (mi hija) es imposible pedirle que se quede en casa a sus 90 años: su pasión por la carpintería es tenaz. Hay que ponerle pasión a lo que uno hace y no terminar como el pobre trabajador del volante que se fastidia al cumplir con su labor o al recibir la broma de una niña de 5 años. Ya tú sabes.