Ella es de San Lorenzo, aportó a IPS como docente durante toda su vida, tiene diabetes y la insulina es imprescindible para ella. Hoy, a sus 79 años, no tiene recursos para movilizarse de manera independiente y no le queda otra que viajar en colectivo.
Conseguir un turno para consultar con su médico le lleva, como a la mayoría de los asegurados de la previsional, horas de paciencia al teléfono para luego de ser atendida, agendar una cita para dentro de dos meses, con suerte. Al llegar a la farmacia de IPS le informan que no hay insulina en stock.
Al volver a casa, luego del largo y peligroso viaje en colectivo y sin los medicamentos que necesitaba, Ña Virginia se encuentra con que no tiene luz y no tiene agua. En su barrio explotó la subestación de ANDE y eso a su vez la dejó sin provisión de agua potable. Sin insulina, sin luz, sin agua y con 48 grados de temperatura.
No es ninguna ficción y a la historia de Ña Viginia podríamos sumar miles de historias con innumerables variables. Lo peor es que, estos hechos no son aislados y a pesar de su frecuencia, los seguimos tolerando de una manera tremendamente pasiva.
Aquello de ser un país sufrido lo honramos tan fielmente que, terminamos aceptando todo tipo de violación a derechos básicos como salud, transporte, luz, agua, comunicación, etc. No puede ser que vivamos acostumbrados a que nos roben, a que nos humillen, a que nos jodan las pelotas y no hagamos absolutamente nada al respecto.
No importa que la ANDE no brinde el servicio porque los vecinos se opusieron a subestaciones, porque la distribución es mala, porque Romero es un inútil o porque técnicos estén enfrentados. Ese es un problema de la ANDE. Los que pagamos por el servicio tenemos que recibir energía y punto. Lo que tengan que hacer para brindarnos eso es problema de ellos.
Basta de justificar la inutilidad. Lo único que importa es que Ña Virginia tenga agua, luz e insulina. Lo único que importa es que nuestra vida sea un poco digna.