En la última edición de este espacio había felicitado a Horacio Cartes por incluir como sello de su gestión la barrida de planilleros de las instituciones del estado. Remataba señalando que, era imprescindible depurar, pero sin perder de vista la prudencia a la hora de hacerlo. Prudencia que sobre todo debe ser muy criteriosa en el filtro, para no terminar exponiendo y mandando a la calle a gente que en verdad trabaja.
La semana pasada nos siguió sorprendiendo, al punto que apareció una lista de autoridades nacionales, departamentales y gubernamentales con una importante cantidad de policías que realizan guardias personales.
La estructura al servicio del poder está tan arraigada en nuestro país que, solo basta con remontarse a los soldaditos que actuaban de limpiadores, ordenanzas, criaditos o constructores en las casas de sus superiores.
Tanto penetraron esas prácticas que, hoy nadie se escandaliza al ver que casi el 10% de la Policía Nacional tiene a sus hombres custodiando a políticos. Los mismos a los que pagamos su vehículo, sus lujos, su combustible, su seguro privado, sus bocaditos, también pagamos sus guardias.
Es inadmisible que en cada llamada al 911 nos hablen de la falta de personal para llegar a dar cobertura a los pedidos y que, sin embargo, casi 3.000 policías estén al cuidado personal de gente que con salarios de 35.000.000 tiene suficiente para pagar sus propios lujos.
Un estado que grita falta de recursos, donde sus enfermos adolecen a diario por falta de insumos y donde sus niños y niñas deben asistir a escuelas que se caen a pedazos no puede seguir sosteniendo un modelo que mantiene a sus políticos y sus familiares como reyes.
Ellos mismos deberían entender que, esa época ya pasó y que nos merecemos gobernantes que vivan su realidad y la asuman y que dejen de ver a sus cargos como fuente de acceso a la vida de rico pyahu o peor aún, como financiamiento de viejos caprichos.