Es increíble la energía que se gasta en el debate sobre la nueva Corte en tanto tal esfuerzo tendría que desplegarse para la búsqueda de una nueva justicia. La Justicia paraguaya con sus enormes debilidades funciona así desde el principio de los tiempos del Paraguay moderno. En sucesivos lustros se ha renovado a los integrantes de este alto tribunal sin que – necesariamente– ello supusiera un cambio impactante y mucho menos dramático en el ejercicio de la tarea de impartir justicia.
La clase política hizo un esfuerzo sin precedentes con el Pacto de Gobernabilidad para pintar con los colores del arco iris –entonces vigente- de la democracia incipiente, pero aun así, con la integración variopinta, no ha cambiado ostensiblemente el fondo de la cuestión.
Cambiar este fondo pasa por cambiar –a su vez– el enfoque del análisis. Salir del problema de las personas y entrar al problema de los procedimientos.
Da la impresión que las personas que se suman –sucesivamente– para “renovar la justicia” terminan atrapados en el “karaguataty” de los procedimientos que están viciados históricamente y que terminan por cooptar con su seducción a los que llegan, incluso con estupendas intenciones.
No vale cambiar a las personas si el sistema sobrevivirá.