
No recuerdo otro momento más emocionante en mi vida que aquel 12 de julio del 2015, cuando miles de jóvenes esperaban al papa Francisco en la Costanera de Asunción para lo que sería hasta entonces su último gran encuentro con los paraguayos.
Desde tempranas horas, llegó una multitud cargada de algarabía, colores, canciones y, por sobre, todo mucha fe y esperanza. Hasta que bajo uno de los atardeceres más maravillosos de Asunción, llegó él, llegó Francisco, el amigo de todos los que estábamos ahí.
Personalmente todavía no conocía demasiado sobre su trayectoria como líder católico, pero solo su presencia me trasmitió una energía inexplicable, una sensación extraña que muchos de los jóvenes que estábamos ahí necesitábamos. Con el tiempo entendí de qué se trataba.
Desde un principio, y de forma inmediata, Francisco supo reconfortar ese enorme vacío espiritual que nos generó por mucho tiempo la Iglesia. Ese día nos habló un papa amigo, que demostró entender lo que nos pasaba. Nos animó a hacer lío, a despertarnos y salir a ese mundo de libertades.
A más de un año de ese encuentro, en vez de mejorar las relaciones, los jóvenes y la Iglesia se encuentran más alejados que nunca. El catolicismo paraguayo no supo aprovechar a la juventud del papa Francisco.
En su intento de fortalecer las relaciones con el inicio del Trienio de la Juventud durante la celebración del Día de la Virgen de Caacupé, la Iglesia no hizo más que decepcionar un poco más. Ignoró nuestras preocupaciones, nuestros reclamos y no atendió sus faltas.
Su evangelización es un fracaso por estar disfrazada, y esconder la crisis interna por la que atraviesa. Olvidaron limpiar primero la casa. Olvidaron hacerse cargo. Las críticas absurdas de sus religiosos solo nos alejan más, hasta el punto de molestarnos, por tomarse el atrevimiento de querer influir en decisiones fundamentales para el progreso de la sociedad, sin que muchos quizá estemos de acuerdo.
Es esencial que lo sepan: somos la juventud del papa y estamos predispuestos a hacer lío.