El 27 de febrero, William Gabriel Mendieta Pintos recibió una nota firmada por el presidente de Olimpia en la que, en términos elegantes, le decía que estaba gordo. “Sus aptitudes y condiciones psicofísicas para la práctica del fútbol han disminuido notoriamente”, fue lo que le informó en una carta el mismísimo Marco Trovato, basándose en un reporte del Departamento de Nutrición del club.
El Decano llevaba cinco partidos sin ganar (cuatro derrotas y un empate) y estaba con el despreciable rótulo de “colero” del torneo Apertura. “Willi” fue separado del plantel de Primera, le ordenaron practicar con la Reserva hasta que se pusiera en forma. Lo mandaron al freezer y lo quemaron, al mismo tiempo.
Si se dijera que fue humillado, no sería una exageración. Trovato dio a entender ante la opinión pública que el volante era la “manzana podrida” que estaba afectando al grupo y uno de los artífices de la, por entonces, pésima campaña deportiva. Luego de casi tres semanas, Willi reapareció en el equipo principal. Le dieron la chance y no la desaprovechó.
Poco a poco recuperó su nivel futbolístico y hasta se convirtió en pieza clave en el esquema del DT Fernando Jubero. A su notable renacer en la cancha le aplicó una dosis goleadora. Hoy lleva nueve tantos con la Franja, seis de ellos en los últimos dos encuentros.
Quien fuera tratado de gordito y hasta farrista, le tapó la boca a todos, incluido a su presidente. Hoy el 10 franjeado es el ídolo, el conductor de un equipo que, de ser último en la tabla, ahora pelea la punta del certamen.
Notables las lecciones que te da el fútbol, un deporte tan cambiante como la vida misma. A menudo, así como en “su majestad, el fútbol”, uno se toma la revancha en el trabajo, en el amor, en el vivir. Y, como Mendieta, lo saborea de una forma íntima, sin ganas de cobrarse venganza con nadie, sino con el ánimo de demostrarse a sí mismo que los cataclismos diarios están para ser superados. Es que la vida es, como me lo dijo hace poco una persona más que especial, una tortilla. Ya tú sabes.