
Creo firmememente que lo que nos tiene de mal en peor, malhumorados, deprimidos, desanimados, agresivos y cada vez más encerrados en nosotros mismos, no es la situación económica, el clima, el “Chiqui”, HC, EPP, EVP, los precios del súper o el año que ya se va. Estimo que todo el problema de este bendito país es, lisa y llanamente, la desconfianza.
Convengamos en que tenemos numerosas razones para desconfiar, de todo y de todos, a la derecha, izquierda, arriba y abajo.
Mire nomás lo que ocurrió con la implementación del billetaje electrónico: ya se rompieron las dichosas maquinitas y desconfían de los choferes, que se quedarían sin sus ingresos paralelos. Desconfiamos de los plazos y de los precios de las obras públicas: si nos dicen un año, la esperamos para dentro de tres y si sale diez, desconfiamos (casi sabemos) que saldrá quince o veinte.
Desconfiamos de Pavão y desconfiamos de De Vargas y de Acevedo, quienes a su vez desconfían de Pavao. Desconfiamos de las autoridades universitarias, pero también de los estudiantes y a su vez, de los fiscales que los imputan. Desconfiamos de nuestra pareja y le revisamos el WhatsApp y el Facebook, pero también desconfiamos del uso de nuestros datos que hacen estas redes.
Y sin ir más lejos, desconfiamos de las telefónicas cuando nos llaman ignotas empresas para ofrecernos créditos y desconfiamos de internet, que corta cada tanto y por supuesto desconfiamos de ANDE, que nos dejará sin energía en verano.
Desconfiamos de los números que nos presenta el Gobierno, contrastando con el menor gobierno económico, de la ministra que nos presenta que está haciendo un boom de construcción de casas, del que pide más presupuesto para la inoperante FTC y del que dice que no quiere la reelección pero la propugna.
Yo, por mi parte, estoy desconfiando de que usted desconfiará de lo que escribí. ¿O me equivoco?