
Es notable el poco sentido de pertenencia que genera el Presupuesto General de la Nación. Da la sensación de que poca gente identifica que muchos de nuestros problemas radican en la forma en la que planificamos nuestros gastos.
En la escuela un chico se da cuenta que una forma de comprarse lo que necesita a fin de mes es guardando la plata que le da diariamente mamá. No le queda otra. Sin embargo en nuestro país seguimos gastando la plata como ricos y lamentándonos por carecer de lo básico necesario.
Incoherencias que no se sostienen en el desconocimiento sino en el poco interés por el gasto público. ¿Cómo se explica que en un país sin insumos para medicamentos en hospitales públicos estemos pagando más de 300 millones de dólares en seguros médicos privados a funcionarios públicos? ¿En qué cabeza entra que paguemos bocaditos de los más caros a congresistas que ganan casi 40 millones y a los que encima les pagamos el combustible?
Los lujos que se dan desde el sector público son insostenibles desde todo punto de vista. Es hora de sincerar el presupuesto y cortar de una buena vez los gastos superfluos. Si en casa ya no alcanza para contratar a una empleada o al jardinero no queda otra que tomar la escoba y el rastrillo y hacerlo uno mismo.
No cuidar la plata pública en la elaboración misma del Presupuesto General de la Nación debería ser causal de un castigo por mal desempeño en las funciones del ministro de Hacienda y de los integrantes del legislativo.
Cuando no alcanza para el pan pero nos piden que paguemos más impuestos hay que recordar que mientras en casa falta todo, en los hospitales no hay insumos y solo queda hacer pollada para pagar los remedios, mientras que en las instituciones públicas hacen un festín con nuestro dinero.
Basta de abusos y de pasividad, es necesario abrir los ojos y frenar este despilfarro que se da desde el mismo presupuesto en la planificación del gasto anual.