Quizás la mayor demostración de religiosidad popular existente en nuestro país, después de la Virgen de Caacupé, sea la devoción a San Cayetano, patrono del pan y del trabajo.
Esta fe es la de un pueblo que encuentra raíz profunda en la religión, ahí donde se vincula con los sueños y esperanzas de los más humildes, quizás. Aun más, en tiempos sombríos, como el actual, es cuando la fe acompaña las necesidades más urgentes de las mayorías.
Es por esa particular razón que miles de compatriotas se movilizan con fervor por San Cayé y no se unen (casi nunca) para exigir a sus autoridades lo que aquello que este santo te lo da, el gobierno te lo quita.
Según los últimos datos de la Dirección General de Estadística, emitida en abril de este año, actualmente la tasa de desempleo es del 5,20%. Es decir, alrededor de 180.200 personas están sin trabajo en Paraguay.
Con un alto índice de desocupados, avanzar en las condiciones de explotación laboral, bajo el temor de los trabajadores a perder el poco monto de sus ingresos, estos aguantan todo tipo de tratos.
Cada 7 de agosto, los fieles esperan la oportunidad de tocar la imagen del patrono y pedirle trabajo y prosperidad para su familia y amigos, pero hay que caer en cuenta también que todo depende de nosotros, de las autoridades que elegimos.
Hace días, una de las devotas me contó que reza por todos los necesitados de su ciudad, Capiibary. Pero esta vez tenía un pedido especial para el “secretario de Dios”, como lo denominó: “Que las escuelas sean para educar, no para comer”, dijo, y desnudó la cruda realidad en la que estamos.
Lejos de las creencias católicas que podamos tener o no. En medio de todo, no nos queda más remedio que creer en un milagro, sea de quien sea, que nos pueda salvar.