Esta semana ocurrió un desafortunado incidente que envuelve a la actividad periodística. Un medio digital, que está entre ayer y mañana, publicó una noticia que envuelve a una niña, presuntamente violada por su padre biológico. La primera versión del artículo incluía un grotesco título, que ni siquiera me atrevo a replicar en esta humilde columna que es mucho menos leída que la repercusión lograda, seguramente, por la horrenda nota, que se desarrolló de tal forma que identificaba plenamente al supuesto autor del hecho y por ende, permitía saber sin dudas quién es la niña.
Y acá ya nos fuimos a la mismísima m...: es bien sabido que los medios no podemos publicar ninguna noticia sobre un menor de edad (esta expresión también es incorrecta, me la permito en esta ocasión) de tal forma que permita identificarlo. Aquí se hizo y se me dificulta creer que tal grosera transgresión a una norma básica, que te la enseñan en el pasillo de la redacción, fue hecha por un simple periodista. ¿El editor miró para otro lado?¿O esa es la línea que debemos esperar de ahora en adelante?
El título se cambió casi inmediatamente y las “disculpas a nuestros lectores por el error cometido al publicar la identidad del presunto victimario” son poca cosa. Porque el fardo enorme que se puso en la espalda de esa niña, será muy difícil de sacar. Los dedos idiotamente acusadores de una sociedad que muchas veces victimiza a las víctimas y se solaza en la miseria ajena, apuntarán alguna vez a quien no merece reproche.
Y así, como de paso, otras cuestiones: un caso de hace cuatro años que no se define, la publicación de un material judicial sensible, la condena a alguien que no sabemos todavía si es o no culpable y algo grave: que yo sepa y hasta que escribo esto, ningún fiscal ha dicho ni mu. Parece que por el rating y por los clicks, se permite hacer cualquier cosa. Está mal eso... digo yo, que no sé nada...