Los partidos tradicionales habían dado un giro hacia los medios de comunicación para buscar candidatos potables, esos que luchaban contra los malos hábitos de los políticos de turno y que gracias a eso habían alcanzado cierta notoriedad. Fue la salida perfecta. Muchos salieron de la TV y las radios coronados por la fama y ocuparon espacios de poder, con casi los mismos resultados, más malos que buenos.
Fue así que acabaron enmarañados en la misma telaraña. Muchos no estaban preparados para el poder y otros tantos lo ostentaron tanto que se convirtieron en aquello contra lo que, de alguna u otra manera, habían luchado.
La corrupción es un mal endémico del cual pocos pueden escapar. Cuando administras poder estás expuesto. Esa es nuestra triste realidad. Las opciones se fueron acabando. Un cura mentiroso, algunos presentadores ambiciosos, gente intachable que se convirtió en tacha y así todo se fue deteriorando.
Fue entonces cuando el dinero alzó la voz y dijo: “Si no hay buenos políticos podemos comprarlos. Igual, pensó, cada hombre tiene un precio”. Se compró un cargo, uno muy grande y salió a la calle a comprar personas. Así con poder y dinero la carrera para instalar a gente de su entorno se hizo menos pesada y le aseguro un poco de impunidad.
Últimamente en la política ya no hay sorpresas por lo que nada sorprende. Llegan las internas de los partidos y pese al vaivén de encuestas ya todos sabemos el resultado. Van a llorar, protestar, denunciar, y en unos días todo se va a olvidar.
Cuando llegue el momento de las grandes ligas todos van a estar juntos para jodernos la vida y asegurar sus privilegios. Porque al final eso de venderse trae sus beneficios. Es el precio que al final…pagamos nosotros.