
Ni al peor enemigo deseo el servicio que presta el Instituto de Previsión Social (IPS) y hablo específicamente del hospital central. Las veces que pasé por el principal centro asistencial de los trabajadores asegurados pude observar el martirio que pasan los pacientes.
Largas filas, falta de medicamentos, turnos otorgados a plazos muy excesivos, mala atención a enfermos, pasillos de Urgencias atestados de pacientes, falta de sanitarios o si funcionan, están en deplorables condiciones. Ni hablemos del humor de los guardias de seguridad, de muchos médicos y personales de enfermería.
Las veces que fui de visita o como acompañante escuché el lamento de pacientes. Incluso, en una oportunidad alcancé a oír a un asegurado, que aguardaba sentado sobre un vetusto banco en el frío pasillo, decir que prefería irse a su casa a morir que aguantar el calvario en el hospital.
En la víspera estuve nuevamente por el hospital central, acompañando a un familiar, y mientras aguardaba que se hicieran sus estudios médicos me senté en un viejo banco de metal y entablé conversación con una persona que llevó a su abuela para hacerse unos análisis que su médico le solicitó.
Contó que no era la primera vez que acompaña a su familiar y relató el verdadero vía crucis que suele vivir, tanto su abuelita como él. Ni siquiera le pregunté su nombre y solo bastó con decirle que ir al hospital del IPS “es una lucha” para empezar a relatar el calvario que experimenta cada vez que lleva a su pariente asegurada.
Un trabajador o trabajadora que se sacrifica diariamente y aporta un seguro, lo mínimo que espera es que cuando necesite de los servicios médicos se lo den y en las mejores condiciones. Sin embargo, la triste realidad es otra.
Los servicios médicos que presta el IPS es de malísima calidad y me animo a afirmar que el asegurado sale más enfermo del lugar que con la salud restablecida. Este es mi querido Paraguay, esta es la realidad en que está sumida la gente que trabaja y aporta para un seguro médico.