La escena transcurre en la capital del Amambay. Llamaremos a los protagonistas, justamente, Pedro y Juan. Pedro esperó a que Juan saliera del colegio para sorprenderlo. Tras el sonar del timbre que anunciaba la salida, los alumnos de la casa de estudios salieron como cucarachas asustadas de las aulas. Frente al portón, varios estudiantes se quedaron para presenciar el inesperado encuentro.
Juan dio unos pasos y se perdió en los brazos de Pedro, que se arrodilló ante él, le entregó un ramo de flores y un peluche. A su alrededor, las chicas gritaban y les quitaban fotos. Se enternecieron. Los novios se abrazaban y besaban ante la mirada atónita del improvisado público.
Ni bien el video de ambos fue divulgado, las reacciones cayeron como un vendaval. Las opiniones estuvieron divididas. Por un lado, hubo quienes se sintieron asqueados y propusieron que la pareja sea condenada a morir en la hoguera. Los “moralistas” de siempre se rasgaron las vestiduras y anunciaron que el fin de los tiempos está cerca. Hubo otros que aplaudieron el gesto por considerar que la sociedad está madurando.
A pesar de los avances en materia de aceptación, los homosexuales siguen siendo víctimas de discriminación acá y en Uganda o en Camerún e India. En estos tres últimos países, ser gay es considerado un delito: en Irán, Sudán y Yemen, es causal de pena de muerte.
Particularmente, me parece genial que Pedro y Juan hayan expresado sus sentimientos sin temor al qué dirán. Total, es la vida de ambos y no le hacen daño a nadie, salvo a los que se creen perfectos. Considero que Pedro tiene mucho más coraje (por utilizar un eufemismo) que varios machos que son incapaces de llevar un ramo de flores a la novia o tener un gesto de amor por ella.
De no ser por gays como Alan Turing, considerado el padre de las computadoras, la II Guerra Mundial hubiera durado 2 años más y costado otras 14 millones de vidas. El británico logró descifrar el código nazi Enigma. Sin embargo, su logro fue borrado de los registros históricos por su condición sexual. Fue sometido a la castración química y, cansado de las humillaciones, se suicidó a los 41 años. La historia fue, es y será difícil, para quienes no son heterosexuales. Su pecado: no encajar en una sociedad que rinde culto a la hipocresía y desprecia la tolerancia y el respeto. Ya tú sabes.