Tras la suba de apenas G. 88.000 del salario mínimo en julio pasado, todo está más caro.
Una contadora que viaja a Asunción todos los días pensó que su coche tenía problemas porque se acababa el combustible muy rápido. Lo que olvidó es que la nafta está más cara y que le cargan menos.
Así también, las amas de casa dividen más la carne que van a poner en las comidas o compran los cortes más económicos.
El gas también se encareció y en los comedores tuvieron que ajustar los precios de los platos más típicos. Solo el “puretón” se resistía a subir de G. 10.000 a pesar de que la harina ya está más cara.
Los carniceros y vendedores de churas escuchan quejas todos los días de sus clientes. Tampoco escapan de la inflación aunque señalan que las ventas siguen iguales.
Pero la gente más humilde es la que recibe el golpe más fuerte. Ellos viven el día a día, no tienen salario fijo y compran menudencias por G. 5.000 para toda la familia.
Los precios están por los cielos, es decir, en el espacio, y sin necesidad de cohetes espaciales.
El único beneficiado es el Gobierno porque con los nuevos precios recibe más impuestos en concepto de IVA, el Impuesto Selectivo al Consumo y otros.