Igual que muchos, al principio también consideraba absurdo el fenómeno Pokémon Go, pero pasaron los días y me uní al entusiasmo. Más allá del juego como un elemento de distracción estupendo, me percaté de que después de mucho tiempo de que las nuevas tecnologías accesibles, como fotografías en 3D y otras miles de novedades, llegó algo totalmente diferente que revolucionó nuestros pensamientos sobre lo que será el futuro.
Cuando niños nuestra mirada futurista llegaba a imaginarnos la vida de los supersónicos ubicada en el 2062. No llegamos a la fecha, y pasaron tan solo unos años para que exista una robotina en la vida real. Hoy tenemos pequeños monstruitos virtuales entre nosotros.
Es todo un fenómeno social que está sacando a hordas de gente de sus hogares para cazar criaturas virtuales con sus móviles por las calles, los jardines y cualquier otro lugar. Desde el Central Park, hasta la plaza Uruguaya; en el time Square y los baches de Asunción.
Convertido probablemente en el videojuego del año, en pocos días se convirtió en el más exitoso dentro de la categoría móvil de la historia y en la punta de lanza de una tecnología que, a pesar de no tener demasiadas novedades en el mundo digital, ha servido como plataforma para marcar el inicio de la revolución de la realidad aumentada.
A partir de ahora, son varias las nuevas promesas tecnológicas por lograr despegar de simples relaciones públicas, a extrovertidas escenas motivadas por las influyentes empresas detrás de su gestación.
Muy criticado, pero demasiado aceptado, el fenómeno nos abre la posibilidad de seguir imaginándonos que mañana podemos encontrarnos todos en un mundo virtual, y estar lo más cerca posible.
Recuerdo que casi pasó lo mismo cuando revolucionó el Facebook. Solo logro dimensionar que mi madre se reencontró con sus amigas de la escuela, y mi abuelo Miguel con su hijo después de 35 años. No termino de agradecer a estas herramientas por acercarnos.