Empiezo aclarando que estoy de mal humor, pero que probablemente cambie al terminar de escribir, al estilo clima que no sabés si es primavera, otoño, verano o todo lo contrario y viceversa e inclusive.
Es que el tema este de la reelección ya me tiene mareado, lo leo a la mañana, a la tarde y a la noche, con el mate, el yogur y la sopa (la dura y la de verduras), ya no sé si se puede o no, si renuncia el que estaba o sube el que tumbaron o se suma el que nunca quiso y no sé cuántos partidos hay, o si ya nomás declaremos so’o y hagamos dos, la anti y la pro, hagamos un partido (puede ser un piqui piqui) y yae’ya.
Después, en el medio de la semana (que ya no retengo los días por el mareo del párrafo anterior) me entero que el siempre sosegado Benito le encajó un “estatequieto” al aire a Héctor, que la dueña de la radio los separó y que habrá denuncia.
¿Saben qué? Pongamos a Benito como presidente, señores. ¿No vieron el apoyo que tuvo? Si hasta lo aplaudieron sus compañeros del canal (ya sabemos que los periodistas la tienen clara y si ellos aplauden por algo es) y él, cual Rocky del micrófono, esbozó una triunfal pose.
Ese tipo de candidato nos gusta, señores; si hasta un diario puso en tapa a un conocido exfutbolista diciendo que estaba bien golpearle a Héctor (y unos cuantos criticaron al golpeado por denunciar, vaya kuña í).
Porque las cosas las interpretamos de acuerdo al color y si no lo soportamos, está bien trompearlo a Héctor. Y si es nuestro candidato, le aceptamos todo: las buenas, las dudosas y las malas y si del otro equipo, no le aceptamos nada.
Porque “poderoso caballero es Don Dinero” o más criollamente “por la plata baila el mono”, torcemos votos y voluntades, forzamos leyes y las hacemos de goma. Porque en los colegios compramos los votos para elegir las misses y en las kermesses pagamos un mil í para salir.
Revuelto, todo revuelto y complicado como el clima, tanto que ahora, al terminar de escribir esto, saldré de short y bufanda. Porque todo, todo está bien.