En Itauguá, la capital del ñandutí, los pesebres cobran mucho protagonismo en estas fechas. A menos de 30 kilómetros de Asunción se encuentran los más llamativos, en dos distintas compañías.
Uno es el pesebre gigante de la familia Sánchez, que este año se hizo con temática indígena. Está ubicado en Itauguá Guazú, sobre la ruta Marcial Samaniego, cerca del Hospital Nacional.
Los otros están en la compañía Mbokayaty, a lo largo de la calle asfaltada que se desprende de la Ruta II en el kilómetro 28. Las familias los hacen todavía “a lo yma” y recién en vísperas de Navidad, aunque hay unos pocos que se adelantan. Allí se sigue la tradición de visitar los pesebres de los vecinos.
Familia Sánchez
Los seis hermanos Sánchez se encargan de mantener la tradición familiar iniciada por doña Liberata Cáceres en los años 50 en Carapeguá.
Cada año preparan un motivo distinto y este año eligieron hacer una representación de las costumbres guaraníes durante la colonización, coincidiendo con el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, contó a EXTRA Carlos Sánchez.
El pesebre tiene una muestra de la chacra, la cacería y la pesca, así como un mural sobre el indio José y la Virgen de Caacupé. Por otro lado, el nacimiento. Tiene 12 metros de frente y 7 de fondo.
Abren de jueves a domingo, hasta el 6 de enero, y atienden a la gente incluso hasta las 23:00.
Compañía Mbokayaty
Estos pesebres llaman la atención por las casitas que pueden llegar a los dos metros de altura. En casi todas las casas son así y los vecinos “compiten” por cuál quedó más grande y chusco.
La primera en armar el suyo fue Divina Díaz. Cada año lo habilita el 14 de diciembre, por su cumple, y ofrece a una merienda para el rollo. A su pesebre le puso apliques de ñandutí que ella misma hizo.
Su mamá, doña Angelina Díaz, tiene 93 años y vive al lado. Ella ya solo supervisa el trabajo de su otra hija, Lidia. Es una de las pocas que le siguen poniendo pasto, extraído de los campos aledaños.
En la zona todavía lo hacen a la antigua, su techo lo arman con kapi’i o con ka’avove’i traído del cerro, aunque este último ya escasea. La flor de coco no hace falta comprar, allí abundan, el nombre del barrio lo explica todo.