
Aquello de la cenicienta para referirnos a Venezuela es hoy una cachetada si miramos la realidad. El fútbol nos enseñó a todos que el trabajo permanente y los procesos son los que terminan dando resultados. Nadie puede descansar eternamente en las estadísticas, en la historia, en el pasado beneficioso.
En gestión política pasa exactamente lo mismo. Venimos sufriendo una profunda falta de política de estado que trascienda cualquier cambio de gobierno.
Viene un jefe nuevo, se cambia todo y en muchos casos solo porque el personalismo nos consume y creemos que está mal reconocer si algo bueno hizo el antecesor. Más aún si es de un color distinto.
Así como en el fútbol en la vida cotidiana hasta con un sesgo discriminatorio, tendemos a menospreciar a algunos países.
“Último boli kuña” seguimos repitiendo, pero la verdad es que Bolivia pegó saltos sorprendentes en varios ámbitos, incluso en condiciones peores a las que nosotros teníamos. En materia de telecomunicaciones el país de Evo es un ejemplo. La legislación protege y favorece al ciudadano y es un derecho fundamental el acceso a internet digno.
Mientras la frialdad y el temor del gobierno paraguayo sigue dilatando una determinación con relación a la banda 1700–2100, que nos permitiría navegar en 4G a una velocidad de transferencia acorde a los tiempos que vivimos, Bolivia disfruta a nivel país hace un año de este servicio. Internet para todos debe ser una consigna.
La universalidad de este servicio implica interconectar escuelas, hospitales, comisarías y pegar saltos cualitativos como otros países lo están haciendo.
No podemos seguir viviendo en las cavernas en pleno siglo XXI. Las telecomunicaciones hoy ofrecen progreso y para ello, es necesario un ente regulador que se anime a tomar decisiones equitativas para los operadores y beneficiosas para los usuarios.
Bolivia ya lo hizo. Nosotros seguimos empantanados por el temor de hacer, decidir, resolver y asumir el disgusto que pueda generar una decisión en un operador o en otro.