El mundo ya había dado su veredicto. Las encuestas eran contundentes, feministas, latinos inmigrantes y pacifistas decidieron que Hillary Clinton sería la próxima Presidenta de los EE. UU. Los medios lo plasmaron en sus primeras planas. La victoria sería rotunda, tan rotunda como lo que iba a pasar el día después.
Todos se equivocaron. El hartazgo muchas veces tiene cara de hereje. Donald Trump ganó 278 delegados en el Colegio Electoral contra los 218 que se adjudicó Clinton. Necesitaba solo 270.
Machista, racista, especulador inmobiliario, un impresentable presentado como nuevo Presidente de la mayor potencia mundial. No es raro. Nosotros conocemos de estas cosas. Los expertos dicen que la victoria se sostuvo en cinco ejes.
El primero, lo que sucede siempre cuando los políticos están confiados, pero la gente está cansada: el rechazo al sistema y la clase política tradicional. Nosotros conocemos esta situación. Lamentablemente, el remedio en nuestro caso fue peor que la enfermedad.
La segunda probable causa tiene que ver con el bolsillo y el desencanto con la situación económica. Los votantes entendieron que tienen en las urnas el poder para revertir tal situación, o al menos intentarlo. También conocemos de esto.
El discurso del miedo y el eco de los medios, la impopularidad de Hillary y el voto oculto, completaron el círculo de la victoria republicana contra todo pronóstico. El sueño americano será para los norteamericanos.
Muchos lo pintan como catastrófico, pero cuanto menos es impredecible. Lo que no es impredecible es la angustia de miles de compatriotas (unos 10 mil) que no tienen documentos y están expuestos a ser deportados. Pero dejemos que el magnate se siente en el trono.
Mientras nos quedamos con esta frase: “Pase lo que pase, el sol volverá a salir mañana” Barack Obama.