Voy a contarles una historia que viví el domingo y es de terror. Ivann, mi hijo, venía insistiéndome hace un tiempo para que me vaya a verle jugar a un torneo organizado por los chicos de un colegio en la Seccional 5, a unas cuadras de casa, en Lambaré.
El domingo nos levantamos temprano y fuimos a verle. Digo fuimos porque lo hicimos en familia, hasta mi papá fue a verle jugar a su nieto. Llegamos y solo había chicos, unos cincuenta, o quizás un poco más. Nosotros estábamos enardecidos porque el equipo de mi hijo ya había ganado por goleada el primer partido, y la eliminación para el que perdía era directa.
Gritos aquí, gritos allá, cuando pasó lo impensable. De pronto entraron por la puerta tres jóvenes, no debían tener más de 16 años. Entraron gritando y enfilaron hacia las gradas donde estaban otros jóvenes con banderas y batucadas. En ese momento vi que todos corrían y algunos se tiraban al suelo.
Pensé que era una pelea entre equipos y di unos pasos para tratar de calmar a los chicos cuando vi que estaban armados y a los gritos pedían las banderas. En ese momento se me heló la sangre. Fue cuestión de segundos. Corrieron y cuando salían se llevaron la improvisada caja donde se guardaba la recaudación. Afuera esperaban otros tres en moto. Fue todo.
No fue una tragedia porque seguro que Dios es grande, pero qué hubiese pasado si alguien reaccionaba, si se les escapaba un disparo o si entre la gente había otra persona armada?
La comisaría 17 central está solo a unas cuadras, pero tardaron una infinidad en llegar. Fue lo mismo que igual. Es solo una muestra de la inseguridad que toma las calles y contra la que poco o nada se hace. Hoy contamos la historia. ¿Cuántos no tienen esta suerte?
Vivir inseguros es quizá lo más parecido al miedo al terrorismo que se vive en otras partes del mundo. Hoy salís a la calle, pero no sabés si vas a volver. A mí nadie me lo contó. Yo lo viví.