El martes, el presidente Horacio Cartes visitaba el Instituto de Previsión Social para inaugurar mejoras en el quirófano central. Casi de la mano del titular de la institución Cartes recorría los pasillos y desataba ira e impotencia. A su paso, decenas de asegurados lo escrachaban. No es para menos.
El IPS es un gigante enfermo. Muy enfermo. Las malas administraciones lo sumieron en una profunda crisis, la corrupción hizo el resto. Un gran dispositivo de seguridad impidió que la gente llegue al mandatario, que más que sonrojado por la vergüenza, se mostró insensible ante el reclamo de su gente, de su pueblo.
Hubiese sido digno que, por lo menos, se haya quedado a escuchar, incluso en silencio y por humanidad, sin dar respuestas prematuras a una crisis que apremia y castiga a miles de ciudadanos que se desangran a fin de mes pagando un servicio que ni siquiera les garantiza lo esencial.
No sé quién asesora al presidente, pero un buen estadista le pone pecho a los problemas, escucha a la gente y más allá de las soluciones se mete en la piel de los que sufren y reclaman sus derechos. Todos sabemos que no hay soluciones mágicas a situaciones de tamaña magnitud, pero el solo escuchar a veces transforma la percepción y transmite esperanza.
Pero claro, el presidente Cartes permitió que le escondan la mugre debajo de la alfombra. No vio a las embarazadas tiradas en el suelo, ni a los pacientes atendidos en los pasillos, ni siquiera le dijeron que faltan medicamentos y que de ello dependen muchas vidas. Tampoco habrá sentido deseos de ir al baño. Hubiese descubierto que no tienen agua y el papel higiénico es un lujo inexistente. Un ejército de chupamedias distorsiona la realidad.
El IPS es un hervidero de frustraciones y necesidades apañados por autoridades que viven en una burbuja, especialistas en parches insensibles a los reclamos. Sería bueno que se lo cuenten al presidente, para que pueda dimensionar el problema. Si ya lo sabe, manos a la obra. Lo juró y se lo demandamos.