
La imagen de un niño muerto estuvo auténticamente en el centro de la opinión pública mundial los días pasados, sin embargo nada garantiza que situaciones similares a la que se vio en aquella playa, no se vuelvan a reproducir en distintas guerras y en diversas situaciones, ya sean conflictos armados, migraciones forzosas, situaciones de explotación sexual, de maltratos, de vejaciones o hasta de explotación laboral.
En su libro “Filosofía política del poder mediático” el filósofo argentino José Pablo Feinmann dice: “Una de las grandes conquistas de la revolución comunicacional ha sido acostumbrarnos al horror de la historia, podemos estar haciendo cualquier cosa, estar en cualquier parte y veremos en la TV o en la tapa de un diario alguna imagen atroz. O niños que mueren de hambre o Saddam Hussein a punto de ser ahorcado o las torturas de Guantánamo o en Abu Ghraib”.
Ese acostumbramiento al horror hace que el hombre no se espante ante las calamidades que puede ocasionar, por ejemplo la guerra, y ahí utiliza Feinmann un ejemplo sumamente esclarecedor a partir de la conocida foto de la niña vietnamita que aparece en una ruta con los brazos en alto, desnuda y llorando por las quemaduras del Napalm y se pregunta para qué tanto dolor, pero por sobre todo ¿cómo es posible que después de conocer esa fotografía el mundo no haya parado con las guerras y la violencia?
Cuando aparecía publicada aquella foto tomada en el año 1972, también la sociedad reaccionó, eran otros tiempos, hoy podemos decir a la luz de internet que en realidad era otro mundo. En aquellos días también hubo indignación, manifestaciones y rechazo, pero volvió a pasar, por eso pese a los miles y miles de mensajes que aparecieron publicados tras la foto del niño muerto en la playa sería un abuso de candidez suponer que no volveremos a estar frente a un hecho de esa magnitud, en realidad parece innegable que nos hemos acostumbrado al horror.