04 may. 2024

Señorita... ¿quiere melones?

@uruser @uruser

La anécdota es más o menos la siguiente: una querida amiga, muy bonita y simpática, manejaba su auto y paró en un semáforo. Un vendedor se acercó y le hizo la pregunta del título: “Señorita... ¿quiere melones?” Ella, amablemente (una más de sus virtudes), le contestó: “No, gracias”. El vendedor, sin venta pero con desparpajo, contestó: “No te hacen falta, hermosa”.

Convengamos, quizás como único mérito, que el desubicado oferente logró algo difícil: dejar sin palabras a mi locuaz amiga. Luego, la luz verde del semáforo y las bocinas de los apurados de atrás hicieron el resto y ahí terminó la anécdota, esa muestra mínima del acoso diario que nuestras amigas, hermanas, esposas, hijas y demás deben sufrir diariamente.

Las palabras tienen fuerza, marcan y señalan, a veces para siempre. Si se acompañan de acciones, definen situaciones y futuros. Cambiemos las cosas, en donde podamos: en el trabajo, ayudemos a nuestras compañeras, quienes normalmente, luego de largas horas, van a sus casas y siguen con las tareas del hogar.

Luchemos para que en el colegio se implanten valores de respeto y de igualdad, respetando las lógicas diferencias individuales. Nosotros, por ahí, ya llegamos tarde y es difícil sacarse de encima ciertos hábitos, pero hablemos con nuestros hijos e hijas: que sepan que no necesariamente las cosas deben ser así, como ahora; que la pareja, sea cual sea y sea como sea, puede plantearse en relación de igualdad, sin jefes, sin abusos.

Inculquemos sobre todo, la necesidad de que tengan relaciones sanas desde un principio, porque lo que comienza con palabras fuertes, sigue con palabras más fuertes, luego con zamarreos, después con golpes livianos hasta que finalmente la cosa se dispara y pasa lo que vemos todos los días.

Comencemos por casa, sigamos en el trabajo y en la calle. Hagamos un futuro mejor, mientras podamos.