
Es martes, un martes cualquiera. Hace calor, pero advierten que se vienen tres días de lluvias. Manejo a casa luego del trabajo. A veces intento cambiar la rutina, pero el regreso me lleva casi siempre por las mismas calles y sin siquiera percibirlo veo cómo se construye una historia que no va a tener final feliz.
Al cruzar una intersección muy concurrida en Lambaré, suelo ver que una mujer se instaló hace unos años con chicos pequeños en el paseo central. Es como si vivieran ahí. No sé exactamente desde cuándo o en qué horarios están, pero cada vez que paso están allí.
Al principio, los nenes y las nenas permanecían en el paseo central mientras su madre ofrecía caramelos o limpiaba algún parabrisas, pero con el tiempo los chicos fueron creciendo y es como si fueran ocupando los lugares de los adultos. La nena más grande pide monedas mientras regala una que otra sonrisa triste y los más pequeños solo miran, como reclamando un pedazo de la torta que sienten que les pertenece.
No sé exactamente cuántas organizaciones que protegen los derechos del niño y las niñas hay en el país, pero ellos siguen siendo invisibles.
Nadie los ve. Nadie los oye. El martes fue el día Internacional de la Niña. Mientras espero en el semáforo repaso las estadísticas que las organizaciones defensoras de los derechos de la infancia publicaron hasta el hartazgo. Más de un millón de niñas paraguayas son víctimas de la violencia, el abuso sexual, el embarazo precoz, la inseguridad y falta de acceso a la educación. No me extraña.
Cambia de luz el semáforo y mi mirada se cruza con la más pequeña de las niñas caminando descalza por el asfalto.
Hoy fue una estrella de televisión. Con otro rostro recibió promesas de un Presidente, se sentó en la silla del Intendente, fue Primera Dama y Ministra de la mujer. Pero quizás nunca lo sepa.
Sí, hoy hablaron de ella. Lo que nadie dijo fue que “se le perdió el futuro.”