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Que sociedad rara tenemos. Así como celebramos que una figura del fútbol mundial, como lo es Diego Lugano, utilice el sistema de transporte público, algo que debiera ser normal en cualquier parte del planeta, nos burlamos del llanto de un diputado que se sintió avasallado en su honor por el Presidente de la República. Le pedimos al parlamentario que sea más macho y se haga respetar por la fuerza.
El verdadero problema paraguayo es que lo incorrecto se volvió normal. Tan acostumbrados estamos a los buses chatarra, a un servicio pésimo, a ser avasallados en nuestros derechos como usuarios y miramos como algo notable que una persona emplee este mecanismo de transporte en caso de una necesidad, que fue lo que le pasó a Lugano cuando se descompuso su camioneta.
Lo lógico es que el transporte público nos pueda trasladar de un punto A a un punto B sin ningún tipo de inconvenientes, algo que en Paraguay es más que una tragicómica aventura a la que se ven condenados miles de ciudadanos diariamente.
En el mismo sentido, el machismo casi inherente a nuestra esencia, hace que cuestionemos a la víctima de un abuso. El maltrato verbal debe ser desterrado como práctica común. Poseer la investidura presidencial es un agravante en este escenario. Como nos educaron para reaccionar como machos, la respuesta natural paraguaya es un desafío a duelo para preservar nuestro honor.
Los hombres no lloran, es la regla. Todo aquel que la infrinja, será pasible de escarnio público. El victimario seguirá liderando la manada, ya que tiene los huevos bien puestos. Así pensamos y actuamos. Patéticos somos.
En la medida que sigamos percibiendo como algo natural este tipo de situaciones, nada haremos para mejorar nuestra calidad de vida. Un axioma sanitario dice que el primer paso para curarse de una enfermedad es reconocer la existencia de la misma. Como no notamos estas deficiencias, seguiremos en el mismo rumbo. Aquel que consolida nuestra mediocridad.