
Agarrando a su hermanita del brazo, el joven la subió al colectivo y la tiró hacia uno de los asientos para que se atajara. Él se paró en medio del pasillo y empezó a relatar las necesidades por las que pasaba su familia. Con una de sus manos tatuadas y con la otra vendada a causa de una notable herida sangrante, se atajó de donde pudo para no perder el equilibrio.
La principal protagonista de su discurso fue su hermana, la niñita que lo acompañaba. Ella no entendía mucho, pero sus ojos dejaban ver la tristeza que sentía al escuchar a su hermano decir “mi hermana está enferma, necesita remedios y no tenemos plata para comprarle”.
Yo podía notar cuánta tortura psicológica generaban en la pequeña esas duras palabras. “Es joven y fuerte, ¿por qué él no trabaja?”, dijo la señora que estaba sentada frente a mí. Otros se conmovieron con el relato y buscaron unas moneditas para dar. El joven volvió a agarrar a su hermanita del brazo y como una marioneta la puso a juntar el aporte. Yo solo buscaba la mirada de la niña para regalarle una sonrisa; eso era lo que ella más necesitaba en ese momento, en lugar de dinero.
¡Cuánto nos hemos estancado! Descuidamos a nuestros niños y eso es grave. Lamentablemente, esta estampa se convirtió en el día a día y es tan común que, para muchos, pasa desapercibido. El problema va más allá de la caridad y de dar dinero, eso nada soluciona. Fácilmente, esa pequeña crecerá con una idea negativa sobre su persona. Una paraguaya que se forma con miedo, con sufrimiento, en medio de maltratos, ¿podrá hacer algo el día de mañana por su país? Como ciudadanos deberíamos reflexionar sobre el punto.
El Consejo de la Niñez y Adolescencia se reunió ayer en Asunción, después de 6 meses, a pedido de la sociedad civil. Entre sus preocupantes informes figuraba, que de los 250 municipios del país, solo 150 cuentan con una Codeni y solo 6 están en condiciones de operar. Es hora de revertir esta situación.
Impidamos que nuestros niños sean hijos de la calle. Hagamos que cambien las estampitas y las cajas de caramelos por muñecas, pelotas y cosas que los hagan felices. Empecemos a exigir a nuestras autoridades más inteligencia para erradicar la violencia y el maltrato infantil. No nos dejemos convencer de que todo está bajo control, cuando la realidad nos muestra lo contrario.