
Durante su homilía en Caacupé, el papa Francisco pronunció unas palabras que me llamaron la atención. Pero antes de entrar en ello, hay que reconocer que su visita trajo abundante alegría a muchos paraguayos, todos los problemas quedaron olvidados por esos tres días, en las calles bastaba un saludo desde su papamóvil para que la emoción lloviera por los ojos de los que lograron verlo. Como quedó claro, no vino a solucionar problemas, ese no es su trabajo.
El Papa es un mensajero, un gran guía y líder. Sus fuertes y contundentes mensajes movieron a la clase política y religiosa. Y aunque aclaró que todo lo que manifestó fue para todos y no para uno, al referirse a la alergia que le dan los discursos grandilocuentes de “mentirosos”, se dirigió a la clase política.
Así es Francisco: sencillo, humilde, preocupado por los pobres, abierto y tolerante. Admirable persona. Por eso me sorprendió una frase suya: “Una madre que continúa diciéndonos ‘hagan lo que él les diga’, no tiene un programa propio, no viene a decirnos nada nuevo, más bien, le gusta estar callada, tan solo su fe acompaña nuestra fe”.
Jorge Bergogolio, el jesuita argentino que admira a la “gloriosa mujer paraguaya”, me recordó en ese momento a una iglesia que se centra y privilegia la figura del hombre, y deja como eslabón secundario a la mujer. Me sorprendió de una persona que admiro y que rompió con el conservadurismo de la iglesia que dejó Benedicto XVI.
La mujer de Francisco hace lo que se le dice, no tiene un plan propio, no dice nada nuevo y solo calla. En tiempos de abusos y feminicidios, un mensaje equivocado. No Francisco, esa mujer sin plan y sin voz propia es una preocupación social, no un modelo. La mujer de hoy es cabeza del hogar, tiene una vida hecha porque tiene un programa propio, tiene voz y sale adelante porque se hace respetar, no vive a la sombra de un hombre.
Es tiempo de que la Iglesia católica abandone el concepto machista de sumisión. Que Francisco comience un lío organizado que posicione en la igualdad a hombres y mujeres.