La sociedad está guiada por el relativismo extremo donde todo es maleable de acuerdo a los intereses de quienes tienen poder de decisión. Se emplea al ser humano como un elemento más en un engranaje que debe funcionar a como dé lugar.
Las personas dejamos nuestra esencia trascendente para convertirnos en partes de un todo que importan por el conjunto en sí y cuyos fragmentos son totalmente descartables. Lo efímero se enseñorea, dejando de lado toda expectativa humana.
En el orden paradigmático vigente no interesa el contenido, solo las poses. Tiene mayores posibilidades de progresar aquel que vende mejor su imagen, aunque detrás de ese retrato, nada exista. En este juego de posturas ficticias, la lucha es sangrienta para conseguir captar la atención masiva.
Nunca jamás se toma en cuenta el sustento real de estas piezas, lo que sirve es que encastren en el sistema para que siga escupiendo rentables productos.
Las grandes discusiones se dirimen en redes sociales, en donde se entronan a quienes se considera los mejores del momento y se desprecia a los que cayeron en desgracia. La selección de estas categorías es absolutamente antojadiza, no importa analizar a fondo si los premiados o penados, merecen sus recompensas o castigos.
No se miden las consecuencias de estas acciones porque en medio de la conducta gregaria, el todo vale es el norte de las acciones. Por eso dedicamos el tiempo a mirar la pantalla que a observar rostros.
Los valores cotizan en la bolsa y todo aquello que se enmarca dentro de las virtudes humanas es historia que sirve para pieza de museo. La carrera es frenética para ocupar puestos de preponderancia y no se repara en nimiedades que distraigan del objetivo central, satisfacer el ego personal.
Todo está tan podrido que lo ideal es dar un paso al costado, aunque las alternativas aparentan nulas. Quizá ayude hacer catarsis y demostrar que existimos los que andamos por el caminito al costado del mundo.