Fue espantoso escuchar a algunos referentes políticos hablar del caso Karina Rodríguez y el español acusado de planillero. Barriendo de derecha a izquierda, absolutamente todos hicieron el ridículo de alguna u otra manera. Incluso la opinión pública se dividió en el ridículo.
Mientras la derecha pedía cárcel y azotes en plaza pública por los delitos cometidos por la ya condenada Karina, la izquierda nos quería hacer creer que lo que se había defraudado al estado era solo el vuelto; una cifra insignificante por la cual no valía la pena armar tanto escándalo.
Tanta es la incoherencia que se evidenció en estos días, que una vez más quedó en claro que no importa lo justo, lo ético, sino que solo importa lo que es conveniente. Por el lado de lo justo es verdad que la expectativa de pena es muy baja por el delito que se le imputa a la ex diputada y directora social de la Municipalidad de Asunción. No se puede pretender encarcelamiento y pena de muerte según lo que el propio código establece.
Ahora bien, tampoco corresponde lo que la izquierda pretendió instalar en este caso. La hipótesis de una persecución contra una mujer, por su condición de mujer, llegando a lo que por ejemplo Rocio Casco planteó: violencia de género y violencia política.
Devolver la plata no era suficiente, era necesario el gesto que terminó teniendo Karina luego de tanta presión, el de la coherencia política de un sector que siempre criticó estas prácticas y que cuando la basura llegó a casa pretendió esconderla bajo la alfombra.
Hoy el caso Karina sirve para que la sociedad entera también sea coherente más allá de banderías políticas y exija a los corruptos abandonar sus cargos y soltar sus fueros para que sean investigados. Los Ibáñez, los Bogado y los Cardozo, así como otros próceres como el excontralor deberían estar siendo presionados así como fue presionada Karina.
“Karina renunció por presión” dicen algunos ¿y acaso los demás no tuvieron incluso manifestaciones en su contra? Coherencia, política y social. Eso es lo que nos falta.