La primera vez que me asaltaron faltaban tres cuadras para llegar a casa. Saqué mi celular para preguntar si alguien podía alcanzarme en el camino, cuando veo que, de un auto, se baja un muchacho con una varilla de hierro.
No entendí mucho en los primeros segundos, el miedo me paralizó. No reaccioné, pero tampoco soltaba la mochila hasta que logré que mi cuerpo obedezca porque me golpeó con el hierro en la cabeza: “Te voy a matar”, me dijo. Todavía atontada, le dije que no hacía falta, que ya le di todo lo que tenía. Se fue y con él, todo mi sueldo.
Antes de ese día, caminaba 20 cuadras desde la ruta principal hasta mi casa. Sí, son 20 porque ninguna línea de micro opera luego de las 20:00. Pero después de aquel terrorífico momento, no me quise arriesgar y me privé de muchas cosas y vuelvo en taxi para intentar no volver a ser víctima.
Hace poco, una chica fue salvada de ser asaltada gracias a un muchacho que intervino, por fortuna, los malvivientes no tenían armas. Autoridades policiales quieren culpar a la ciudadanía, que solo es producto de nuestra imaginación. Lo cierto es que desde el momento que te sucede, te roban más que objetos personales, te sacan la tranquilidad y nadie hace nada.