
Aguardo el colectivo en uno de los refugios que está sobre la avenida Mariscal Estigarribia, en Fernando de la Mora. Junto a mí están sentadas dos mujeres que tendrán allá por los 30 años.
A nuestras espaldas se está construyendo el primer shopping de la ciudad joven y feliz. Una de ellas está terminando de tomarse un “aquarius”. Una vez que vacía el envase, sin el más mínimo pudor arroja la botellita de plástico a un costado de la vereda. Por un instante dejo de mirar el horizonte, hacia nuestra izquierda, y mis ojos están puestos ahora hacia el frente.
Parece mentira. Ni tiempo tuve de recuperarme ante el espectáculo que acababa de presenciar y allá, cruzando la doble avenida, un tipo con bermudas y remera roja está orinando por el muro de un supermercado.
Es poco más de mediodía en ese punto del país y en ambas arterias un enjambre de vehículos vuela sin cesar sobre la ruta. Después de hacer sus necesidades, nuestro protagonista se sube el cierre y camina unos metros hasta llegar a una silla de plástico y un taburete: es uno de los “campanas” de los choferes de colectivo.
Ambos episodios son de lo más comunes y corrientes en la selva del área metropolitana de Asunción y se han convertido en una práctica normal y hasta no reprochable. Sin embargo, demuestran que nos falta todavía mucho para evolucionar como especie y aprender los conceptos básicos de convivencia ciudadana.
Nos quejamos porque las avenidas se llenan de raudales en cada lluvia pero no por las toneladas de basura que arrojamos a diario en las calles hasta taponar los pocos desagües pluviales que hay en la capital o las ciudades aledañas. Convertimos en un basural los paisajes urbanos y muchos no se sonrojan cuando tiran al piso ya sea papeles, plásticos, cáscaras de banana, latitas o cualquier otro residuo.
No sé ustedes, pero suelo detenerme a mirar lo sucias que son nuestras avenidas y veredas en nuestra capital y las localidades que la rodean. Debemos aprender de muchas ciudades del interior que mantienen impecable el estado de sus calles. No evolucionamos ni revolucionamos: involucionamos. Ya tú sabes.