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La leve sospecha que tenía la he disipado esta semana: existen en este país ciudadanos de diferentes categorías. Indudablemente, los de mayor categoría, en relación a las ventajas que tienen, son los motochorros: la “profesión” no requiere estudios, no pagan impuestos y no cumplen horario, aunque, normalmente es trabajo nocturno, hecho que incide en el organismo, según indican muchísimos estudios.
Para más, su principal herramienta de trabajo tiene costo cero, ya que normalmente son motos robadas. El cuchillo es barato y el arma de fuego, por cualquier 50 mil'í ya está disponible. Si por ahí son atrapados, están un rato y vuelven (100% de reincidencia, según la organización Socorro).
Luego estamos los comunes, que trabajamos 8, 10, 12 o 15 horas, pagamos impuestos, los intereses de la tarjeta y si le hacemos mal a alguien (un choque, un atraso en un pago) pagamos y pagamos y pagamos.
Y luego están ellos, los diputados, con buenos sueldos, pocas horas de trabajo y prebendas varias. Sus empleados los paga el Estado, también sus amantes, sus viajes, sus cursos de temas inservibles normalmente en lugares paradisíacos.
También están los funcionarios, serviles pero exigentes, que de tanto codearse con “la realeza” se sienten duques y no son más que bufones funcionales, en la mayoría de los casos sin trabajo para hacer, y sin los conocimientos necesarios para hacerlo.
Que su indigno, inmerecido e injusto tercer aguinaldo se los metan donde la espalda pierde su buen nombre. La plata no hace la humanidad, ni el respeto. Esos 13.000 millones de guaraníes que ustedes tirarán, significan unas cuantas bocas vacías y techos de escuelas que se caen.
Los que firmaron esa “gratificación”, sepan que no valen ni la silla en donde están sentados. Ambos, diputados y funcionarios, no se crean que son de la realeza o de primera. Sinceramente, son de cuarta. Aunque se vete y no cobren, son de cuarta.